Las fiestas navideñas: El muérdago y el acebo
En artículos anteriores hemos hablado del protagonismo del árbol de Navidad y de los pascueros durante estas fechas pero no se nos podía pasar hablar de dos de las plantas más características de esta época del año, el muérdago y el acebo.
Para comenzar, hemos de apuntar que la confusión entre ambas especies es frecuente y por ello, el primero paso es diferenciarlas. Son muy distintas, de hecho, lo único que les une es que poseen propiedades medicinales, son materia prima para herramientas de caza y se usan como adornos navideños.
Sin nada más en común, a continuación vamos a desentrañar sus propias idiosincrasias. El acebo es un árbol que puede llegar a medir 10 metros de alto con distintivas hojas verdes, perennes y frutos rojos con forma de aceituna. El muérdago es una planta parásito con tallos de medio metro de largos que se agarra a los troncos y ramas de los árboles atacados. También tiene fruto, en forma de bayas que se parece a la uva blanca aunque más translúcidos.
La historia del acebo se remonta a la Antigüedad donde tenía carácter sagrado. La razón era que sus hojas permanecían verdes cuando la mayoría de plantas y árboles habían perdido las suyas. Y no sólo era sagrado, el acebo se consideraba también un símbolo de fertilidad además de ser usado contra los malos espíritus. La característica dureza de su madera hizo que los celtas lo usasen para crear las puntas de sus lanzas. Pero la introducción del acebo como símbolo navideño se atribuye a la Iglesia Católica que quiso cambiar el muérdago, considerado pagano por ser utilizado por los druidas, por el acebo y así se consiguió extender la costumbre a toda Europa y parte de América.
El acebo suele crecer de manera espontánea. En nuestro país se encuentra en los montes y bosques del norte. A pesar de que el elemento reconocible del acebo es el verde brillante de sus hojas y frutos rojos, menos conocidas son sus pequeñas flores y su modo de protección con las espinas de sus hojas, más abundantes en las zonas bajas de la planta para evitar animales que puedan hacerse con sus frutos, que, aunque bonitos, son muy tóxicos.
Esta planta es de exterior, requiere mucho agua y poco sol, por ello crece mejor en climas fríos y húmedos en la sombra. Se puede cultivar como ejemplar único o en forma de seto y cualquier suelo es bueno siempre que tenga drenaje y un riego regular en verano. Se reproduce con facilidad mediante esquejes o semillas pero es difícil trasplantarla. El acebo, además, es una planta dioica, tiene ejemplares femeninos y masculinos.
El acebo natural es una especie protegida por la acción atroz del ser humano respecto al valor decorativo y a la calidad de su madera. Al adquirir una planta de acebo hay que percatarse de que provenga de cultivos y no de acebedas naturales. En los Garden Centre se venden diversas variedades desde la más común hasta la más refinada pues existen más de 500 especies del género Ilex, al que pertenece el acebo. Hay que destacar que de esta familia proviene la yerba mate, conocida en Sudamérica por preparar mate, la infusión.
La longeva vida del muérdago le ha hecho pasar por diferentes culturas y civilizaciones en las que ha recibido diferentes tributos y tratos. El muérdago era usado por los celtas en los rituales para el final de su año y el solsticio de invierno. La planta cayó en desuso con la aparición del cristianismo pues se le atribuía simbología pagana. Aunque se siguió considerando un buen augurio para quien la tuviese en casa y hubiera cortado con la reverencia correspondiente, dejó de utilizarse. En la Antigüedad se consideraba que darse un beso bajo un árbol de muérdago hacía perdurar el amor, de ahí proviene la costumbre actual.
El muérdago, a pesar de ser repudiado por los cristianos, siempre contó con la apreciación de los druidas, la mitología nórdica y los pueblos celtas de nuestro continente. Los galos transmitieron la tradición del muérdago a los anglosajones y consiguieron que la planta resultase primordial en los fármacos antiguos.
Esta planta parásita que se aferra a grandes árboles, tiene su nombre del latín ‘mordere’, que significa morder. Las ramas y hojas comparten el mismo verde y las flores son de un verde amarillento que se abren, dependiendo del clima, entre febrero y junio. Su fruto, como hemos dicho antes, unas bayas que se parece a la uva pero translúcidas, tiene un líquido pegajoso llamado liga que consigue que la planta germine en otros árboles. Los pájaros, al comer el fruto, intentan despegarse de la semilla restregando el pico en otras ramas y allí queda el inicio de la planta parásita.
La tradición en torno a esta planta fija que se ha de regalar y en casa ponerlo cerca de la puerta para evitar los malos espíritus. El año siguiente ha de quemarse y sustituirlo por otro nuevo que también deberá haber sido regalado.